viernes, 10 de julio de 2020

¿Cómo será recordar esto dentro de 10 años?



Diez de julio. Otro año más. El décimo. Diez años de aquel diagnóstico que hizo nacer a este blog. Diez años que eran una meta mental de la que nunca había querido hablar para poder alcanzarla sin gafarla. Una meta mental que surgió de manera espontánea con Edu, en uno de los ingresos que compartimos juntos, durante uno de aquellos días en los que lo único que quería era dormirme y despertar cuando todo hubiese pasado.

Diez de julio y diez cumplevidas, a cada cual más especial. Siempre esperándolos con ganas, pero sin celebraciones programadas, porque siempre presentía que el día no precisaba de mucho para que acabase siendo increíble, y así ha sido siempre.
Los primeros significaban, simplemente, huir del miedo. A los cinco me prepararon una fiesta sorpresa, y con ella celebramos salir de esa fase de alto riesgo de recaída.
Los siguientes, improvisando, continuaron siendo mágicos. El año pasado, sumando nueve años de regalo, fue más íntimo, y solo bastaron unas cervezas y silencios bonitos, mirando el mar.
Y hoy caen diez añazos. Diez. La cifra con la que soñábamos mientras estábamos entre quimios, ingresados en el hospital.




Y un diez que sonaba a infinito, por fin, se ha convertido en una historia que contar:

- ¡Por fin solos! ¡a tomar por culo! - le dije mientras apagaba la televisión. 
- Te has pasado un poco con tu madre, Elías.
- Ya, lo sé. Pero es que si no, no se van ni a tiros. No quiero más visitas por hoy, ni más televisión de fondo. ¡Joder!
- Pero es normal. ¿Qué quieres? ¿cómo pretendes que no quieran estar aquí tus padres?
- Quiero silencio. Y dormirme ahora y que cuando me despierte hayan pasado diez años.
- A ti lo que te tiene acojonado es la médula de mañana, que te empiezo a conocer. 

Edu había dado en el clavo: me había pasado con mi madre diez, once, doce y mil pueblos. Ese día la eché de la habitación del hospital de muy malas formas. Siempre acababa pagando con ella toda la frustración, todo el miedo, toda la rabia. Y también tenía razón en que estaba cagado por el aspirado que me tocaba a primera hora del día siguiente.

- Es que las odio. La última fue una puta mierda tío. Entraron la primera vez y no salía nada. Tuvieron que volver a montar el punzón ese, se me hizo eterno.
- Yo he tenido suerte hasta el momento. - contestó Edu mientras miraba al techo. Estaba boca arriba, con las manos debajo de la cabeza, como si estuviera tumbado en una playa tomando el sol.
- ¿Qué prefieres médula o intratecal? - yo le miraba a él. Me daba paz.
- No se puede comparar - me dijo, casi alucinando por la pregunta - el pinchazo de la espalda es mucho peor. ¿Tú te has fijado en lo larga que es esa aguja?
- ¿Me lo dices o me lo cuentas? A veces pienso que si se les va la mano me van a dejar clavado en la silla.



Nos echamos a reír. Y luego nos quedamos en silencio. Pero no duró mucho. Me gustaba coincidir con él en los ingresos. Desde que le habían diagnosticado y había aparecido por la sexta planta del hospital, algo había cambiado. Si coincidíamos para darnos el ciclo durante la semana de quimio, todo me resultaba más llevadero. Y volví a la carga:

- No, en serio, ¿no te gustaría dormirte ahora mismo y que hayan pasado diez años? Despertarte y que no haya más agujas, ni más ingresos, ni más quimio, ni más encontrarte como una puta mierda, ni más estar enchufado a todos estos goteros.
- La verdad es que no estaría nada mal, ¿eh? - y se giró hacia mí - Tú en diez años cumplirías... treinta, ¿no?
- Sí, sería casi como tú. Viejo y tal, pero espero que con más pelo.


Nos volvimos a reír. Y sí, para un chaval de veinte años, pensar en diez... era como hablar del infinito. Como un concepto tan abstracto que parecía que realmente no iba a llegar nunca.

- Edu, ¿qué cosas hiciste tú desde los veinte a los treinta?

Y volvió a acomodarse mirando hacia arriba. Me contó historias sobre algunos de sus viajes y sobre cómo cruzó Europa en furgoneta. También hubo lugar para esas chicas a las que conoció y con las que había compartido vida y aventuras varias, y para los campamentos de verano en los que fue monitor de niños. Me resultaba muy curioso el cómo decidió pasar de los estudios de química tras acabar la carrera para irse a su pueblo a dedicarse al campo, y seguramente muchas otras cosas que ahora ya no recuerdo.

Me encantaba escucharlo. Cada una de sus historias alimentaban de alguna forma mis ganas de seguir viviendo para poder tener mi lista propia de historias que contar algún día. Me quedaba más de año y medio de tratamiento por delante, no había llegado ni a la mitad, pero me gustaba imaginar cómo sería una hipotética vida "normal" cuando todo hubiese acabado.

La leucemia, y el cáncer en general, tiene la capacidad de robarte casi todo: el tiempo deja de pertenecerte y no puedes elegir a qué quieres dedicarlo ni con quién compartirlo. El hospital pasa a ser casa y cárcel al mismo tiempo, y la quimio salvavidas y castigo.
Pero hay algo que ningún cáncer, ningún hospital, ni ninguna quimio tuvo la capacidad de arrebatarnos: imaginar y soñar despiertos. Estábamos en la mierda, pero con aquello nos entreteníamos Y NOS HACÍA MUY FELICES. Era la única forma de escapar de la sexta planta, y aquel juego se nos daba de puta madre.

- ¿Qué quieres hacer cuando todo esto acabe? ¿Has pensado en cómo vas a recuperar el tiempo que estás dedicando a estar tumbado aquí a costa de mis impuestos? Venga, va. ¿Cómo te imaginas todo dentro de diez años? - me preguntó aquel día por primera vez.

No supe contestar, y durante mucho tiempo hice, deshice y rehice una lista de sueños pendientes. La lista sigue en (de)construcción continua, y aunque la mayoría de cosas que imaginaba o quería hacer aún siguen esperando, y seguramente en esto tenga mucho que ver haber perdido toda la perspectiva con la que veía la vida aquellos días, la vida me acompaña y seguir teniendo tiempo para decidir cómo, dónde, cuándo y con quién, es algo que me consuela. Y es que realmente no se precisa mucho más.

Tras varias veces tener conversaciones del estilo, nuestros tratamientos, el de Edu y el mío, tomaron diferentes caminos: mi cuerpo respondió muy bien a la quimioterapia y él precisó un trasplante de médula ósea.
Durante su trasplante fui a visitarle, como no podía ser de otra forma. Hablar por teléfono no era lo mismo, no se podía soñar igual con cómo sería todo cuando pasasen diez años. Y en la última visita que le hice... él no se encontraba nada bien. Volvimos a soñar despiertos como si de un juego se tratase. Y también nos hicimos una promesa, una promesa con la boca pequeña, por el vértigo que daba que pudiese ser real: nos prometimos que si alguno no lo conseguía, el otro sería feliz por los dos, la cagaría por los dos, y quemaría cada instante por los dos.


Y nunca más volvimos a vernos. No pudo ser. Pero siempre he cumplido esa promesa y en ello sigo. Y ojalá el mundo entero pudiese saber que me salvaste en muchos momentos y durante muchos días antes de volar.

Soy consciente de que celebrar estos diez años es un regalo. Un regalo del que tú no pudiste disfrutar. Y por si fuese poco, contigo se fueron otros pelones que duelen y duelen mucho. Mónika o Ángel me rompieron muy fuerte... y no quiero seguir para hacer una lista larga de nombres. Porque no quiero y no me sale de los huevos, porque no es justo y porque en un día como hoy me da rabia acabar llorando y que no sea de felicidad.
Pero esta enfermedad es una hija de puta y volvió a casa. Y hoy, 10 de julio, hay una llamada que por segundo año no he recibido y he echado en falta por encima de todas: yayo, te echamos mucho de menos.



Diez años. Han pasado diez años. Ese periodo de tiempo que parecía que no iba a llegar nunca, epicentro de nuestros juegos mientras soñábamos despiertos.
Todo llega y todo pasa. Y siempre digo lo mismo: ahora echo la vista hacia atrás, hago retrospectiva, y sigo con la extraña sensación de sentir que no fui yo quien vivió todo aquello. Como si fuese imposible haber pasado y soportado tanta incertidumbre y tanto miedo.

Esta última vuelta al sol empezó algo turbulenta, nada que no tuviera solución, lances de la normalidad, de lo cotidiano y la rutina. Problemas que no debían serlo, porque eso era lo que había creído aprender mientras escribía, entre paréntesis, esto a lo que llamamos vida.
Pero todas esas lecciones no se olvidan, y volvieron las causalidades, y los para qués con sus para algo.
Y todo, poco a poco, se recondujo. Y este último año me ha deparado cosas maravillosas: gracias a  una persona increíble, Alexandra, he tenido la oportunidad de cumplir un sueño: he formado durante unos meses parte del equipo de la Fundación Carreras contra la Leucemia. Creo que pocas cosas me han hecho tanta ilusión en mi vida. Y nunca, nunca, nunca podré agradecerle ni hacerle saber lo mucho que ha significado para mí. El maldito coronavirus tan solo me permitió disfrutar durante un mes de poder ir a la oficina y sentirme como el niño que quiere ser astronauta y le abren las puertas de la NASA. Luego llegó el teletrabajo. Y ahí se volvió a torcer un poquito todo, dejándome una sensación agridulce, como de no haber podido exprimir la oportunidad, ni demostrado todo lo que podría haber aportado en otras circunstancias. Y aún así, cada vez que lo pienso me sale una sonrisa tonta... y es que no ha estado nada mal como guinda de un pastel que ha tardado en acabar de cocinarse diez años.



Feliz vida a todos, y que las causalidades y la energía positiva acompañen a todos los pelones que ahora mismo sueñan imaginando cómo será la vida cuando todo acabe. Todos esos malos días merecen la pena, PROMETIDO. ¡PA' LANTE SIEMPRE!




miércoles, 10 de julio de 2019

9 años después





Últimamente no pasaba otra cosa por mi cabeza: llega el día.
Y desde hace algunos meses los pensamientos sobre todo esto son más recurrentes y el miedo se dispara.  

10 de julio. El jodido 10 de julio de 2010. Tal día como hoy llegaba al hospital con un diagnóstico de mononucleosis. Sin embargo, tres analíticas y una radiografía más tarde, todo cambió.
Y fue así, sin más. Sin esperarlo. Sin poder creerlo.
Y es difícil quitarse el nudo de la garganta, pero más difícil es huir del vértigo que realmente me ha ido dando todo esto a lo largo de los años.
Y sí, no sé si mientras estoy escribiendo lloro de felicidad, por rabia, por miedo, o por todo a la vez.

No digo que no sea feliz, porque lo he sido y lo soy. Y con suerte, hoy arde Barcelona.
Pero en muchas ocasiones, toda la felicidad del mundo no hace fácil lidiar con todos esos fantasmas que de vez en cuando se revuelven.

Hace pocos meses comencé a ir a terapia: yo era consciente de que todo este proceso quizá no lo había gestionado todo lo bien que me hubiese gustado (y que, incluso, he pretendido mostrar de cara a la galería).
Ahora sé que, efectivamente, fui tapando. Y claro, en 9 años… tanta mierda no cabe bajo la misma alfombra. Y lo peor es que acaba teniendo repercusiones a muchos niveles.

Hoy es mi noveno cumplevida. ¡Han pasado 9 jodidos años desde que todo empezó! Pero… hasta hace apenas año y medio el hospital ha sido el centro en torno al cual giraba mi vida.
Aunque suene raro, creo que me había “acostumbrado” a ello, a planificar y estructurar mi tiempo en torno a las citas del médico, las consultas, los resultados de médula, las operaciones de la cadera… y eso se acabó. Y me he sentido perdido. Y llegó el vértigo.

Vértigo por no saber muy bien cómo llevar una vida normal, pero más vértigo aún por no estar acostumbrado a la normalidad.
Vértigo y miedo por el “¿ahora qué va a ser lo que tuerza todo? ¿de verdad esto se ha acabado? ¿ahora qué?”.
Y me da rabia cuando me cago vivo. Cuando todo ese vértigo y medio se me escapa de las manos.

Pero en terapia no solo he sido consciente del miedo que me da pensar en todo lo que ha pasado y el miedo que me produce sentir que esto podría repetirse. También he ido aprendiéndome y descubriendo que ese miedo me ha hecho correr mucho. En todos los aspectos de mi vida. Como queriendo vivir ahora todo muy deprisa pensando en el “¿y si mañana no puedo? Y no me apetece seguir así. Quiero menos miedo y menos prisas, e interiorizar que ahora mismo todo está bien y no tiene por qué pasar nada más. O sí, pero no por mucho pensar o correr puedo solucionarlo.

Así que así estamos un 10 de julio, nueve años después. Trabajando y aprendiendo a gestionar todas las emociones que genera ser un pelón.



GRACIAS POR HABER HECHO POSIBLE QUE FUERA UN PARÉNTESIS

Siempre he pensado que ella me salvó la vida.
Curarme y superar todo esto ha sido gracias a mucha gente: mi familia, mis amigos, mis batas blancas, los pelones con los que he ido relevándome en esfuerzos y ánimos, los pelones que no pudieron más y a los que les debo todas las ganas de disfrutar el regalo de vivir cada día.

Pero ella… joder. Ella me salvó. Literalmente.

Apenas habían pasado unos meses desde que todo había empezado, los ciclos de quimioterapia ya se notaban por dentro y por fuera. Ya no me miraba en el espejo ni quería que nadie me hiciese fotos porque no me quería ver, no me reconocía.
Ya sabía lo que era estar tan débil como para no poder levantarme de la cama en unos días. Ya había llegado al punto de sentirme más seguro ingresado en el hospital que estando en mi propia casa. Ya había visto cómo cerraban las puertas de toda la planta con cara de circunstancias, y aprendido a que no tenía que preguntar por qué.

Y una noche no pude más. Y pedí a una de las enfermeras de la planta que llamase a la doctora Martín. Supongo que fue muy evidente que algo no iba bien, porque no necesité insistir mucho.

Esperé unos minutos sentado al borde de la cama, agarrado al palo de la quimio. Y apareció.

Me preguntó que qué pasaba, y antes de decirle que tenía mucho miedo, empecé a llorar. Ya no podía controlarlo más. Y entre sollozos y casi sin poder articular palabra pude hilar un: “me encuentro muy mal y tengo mucho miedo. No sé si me estáis diciendo la verdad. No me quiero morir”.

Me dejó llorar un poco hasta que me tranquilicé. Me empezó a secar las lágrimas con los dedos y me dio un abrazo.
Se sentó a mi lado, me cogió de las manos y me miró a los ojos. Yo tenía que apretar los dientes para no llorar más, y ella… hizo magia:

“No tendrías que estar aquí. Tienes 20 años y deberías estar yendo a la universidad y saliendo con tus amigos. Llegaste muy malito, mucho, pero todo está yendo muy bien. Sé que te encuentras fatal, pero es porque el tratamiento está haciendo efecto. Tenemos que ir paso a paso, día a día. No te puedo prometer que te vayas a curar porque sería mentirte, pero esto es una carrera de fondo, tenemos que ir día día, y nosotros estamos muy contentos porque está yendo muy bien.

Sabes que nos tienes a todos a tu disposición cuando lo necesites. De hecho te voy a dar mi número de teléfono y no quiero que dudes en escribirme o llamarme si lo necesitas. Da igual si estás aquí o en casa, pero no puedes agobiarte así.

Elías, estás haciéndolo muy bien, y te prometo que nosotros estamos haciendo todo lo posible para que esto sea sólo un paréntesis.
Y es que va a ser un paréntesis y después recuperarás tu vida. Y vamos a celebrarlo juntos. ¿vale? Nos centramos en ir cerrando día a día este paréntesis, ¿de acuerdo? Y te prometo que nunca te voy a engañar. Si pasa algo vas a ser el primero en saberlo, eres mayor de edad y nunca te voy a mentir. Y te repito que llegaste muy malito, que los pronósticos quizá no eran los mejores, pero estás respondiendo muy bien. Y vamos a hacer que esto solo sea un paréntesis”.

Sí, obviamente la llorera posterior fue intensa. Pero es que aquella conversación lo cambió todo. TODO. No sé cuanto rato nos abrazamos. No sé como pudo ayudarme a quedarme tan en paz.

Y antes de salir por la puerta se giró y me dijo:

-          ¿Qué va a ser esto?
-          Un paréntesis…

Y aquello, sin saber cómo, lo cambió todo. Después ha habido mucho miedo, pero siempre tuve en el paréntesis, una tabla de salvación a la que aferrarme.


  
PDTA: Es imposible no tener HOY en la cabeza de forma constante a todos los pelones que un día no pudieron más y se pusieron las alas antes de tiempo.

Han sido muchas despedidas. Y las odio con todas mis fuerzas, como a veces odio a esta puta enfermedad.
Edu fue el primero en romperme un poquito con su marcha. Mi yayo ha sido el último (y aún no puedo sentarme a escribir sobre ello).

Pero por todos ellos, si lees esto, por favor, dona médula ósea. Regala esperanza. Que ahora mismo hay muchas personas que están esperando a que el teléfono suene diciendo que se ha encontrado un donante compatible.

¿Te imaginas la desesperación que se puede sentir cuando tu vida depende únicamente del altruísmo de otra persona?

miércoles, 14 de noviembre de 2018

Yo también voy a tener invierno


16 de noviembre de 2017.  Principio del fin de una mierda muy larga.  

Hace una semana estaba en un tren, camino a Barcelona, pensando en que los dos últimos años, tal día como hoy, el viaje era en sentido contrario.
Y es que tres años después, yo también voy a tener invierno. Que la vida no se vuelve a parar de noviembre a febrero.

Es el primer año sin dolores, sustos, ni ingresos… y aún me cuesta creerlo.
Me miro,
veo cicatrices en las piernas,
                 y alguna más por dentro,
con esa extraña sensación,
de que todo hubiese pasado hace ya mucho tiempo.

Estaba en un tren, camino a Barcelona, con un nudo en la garganta.
Y con los ojos cerrados me evadía pensando,
que yo también voy a tener invierno.
Y voy a tener que empezar a creérmelo.
Y quizá también aprender a vivir de nuevo. 
Porque sobrevivir no es lo mismo,
y llevo ya un tiempo preguntándome
si yo de verdad creía en que llegaría este momento.

pero hoy... no me voy a responder,
porque quizá si me soy muy sincero,
se abra
            una cajita de miedos.

Y por eso me repito,
una y otra vez
que yo también voy a tener invierno. Que la vida no se vuelve a parar de noviembre a febrero.






Pd: todo el mundo sabe que los días pre-ingreso son una puta mierda.
Pd2: mañana tocará celebrar el segundo cumplecadera de la pierna biónica izquierda.
Pd3: pasado, primer cumplecadera de la derecha.
Pd4: Y así todo. SIEMPRE. ¡Hoy nos toca reír!
Pd5: al rico fresco de noviembre post curro.

martes, 4 de septiembre de 2018

¿Y si... se está cerrando el paréntesis?

Todo llega y todo pasa.


Y llegó.
Después de casi 3 años, en febrero, se acabaron las muletas.
Poco a poco se fueron borrando los conceptos “dolor” y “limitado”.
Y, la normalidad, de alguna forma se volvió a hacer hueco.
Y por si no tenía mucho tiempo,
por si algo volvía a torcerse
salí ahí fuera, de nuevo, completamente desbocado,
como si así pudiese recuperar el tiempo,
que si bien no ha sido tiempo perdido,
nunca dejaré de sentir que me lo han robado.

Han pasado 8 meses desde que volví a Barcelona con una segunda cadera biónica.
Meses en los que, de alguna forma, he vuelto a sentirme como hacía años.
A veces me da por pensar en un ‘¿y si ya se ha acabado todo? ¿y si el paréntesis se ha cerrado?’
Y a pesar de que lo siento próximo,
no me confío, por conocerme,
y porque este cuerpo es capaz de devolverme otra hostia (una más) cuando menos me lo espere.

Antes de cumplir los 20 años perdí la potestad de decidir cómo, cuándo, dónde y con quién,
Pasé a depender. Y... 8 años de dependencia dan para mucho:
Depender del tiempo y las ganas de los demás para recibir una visita en el hospital.
Depender de la analítica para poder dormir en casa.
Depender de un millón de citas médicas para planificar mi vida personal.
Depender de la cara de una bata blanca. Susto o muerte, lo normal.
Depender del dolor, o de que no duela.
Depender de pirulas y dos muletas,
Depender, cansado, de no tener nunca las riendas.

He vuelto a releerme,
y ahora me veo desde otra perspectiva.
Las últimas entradas las escribí frustrado y con mucha rabia,
tanta, tanta,
que me quedé sin mierda para seguir cagándome en el mundo,
Pero todo llega y todo pasa, 
y mañana no tocan ni agujas ni despedidas.  
Y sí, esta noche seguro que duermo en mi cama.

Sin saber aún, si ya se ha cerrado el paréntesis,
mientras dure esto… siento que cada instante de los 8 últimos años ha merecido la pena.
Por todo lo aprendido,
por en quien me ha convertido,
Y por ellos, que no pudieron,
y me hicieron entender que cada día gris es un día perdido.

Dije que a la vida le echaría un par de sonrisas,
y que vivir exigía algo más que respirar.
Y a pesar de que han sido demasiados los días en que me he vaciado y lo he llorado todo,
Si en estos últimos meses se me han empañado los ojos,
ha sido, aunque ni a veces yo lo crea, de jodida felicidad.

Antes de cumplir los 20 años perdí la potestad de decidir cómo, cuándo, dónde y con quién,  
Pero hoy, ahora y en este preciso instante,
a horcajadas de la vida, 
con cara de 'ahora te vas a cagar"
me follo cada segundo,
y así, causalidad tras causalidad,

  

martes, 12 de septiembre de 2017

Esto (sí) es vida.

(Día 2.517)

Paso a pasó todo llegó.

Lo que pasa es que he sido (y soy) un poco sinvergüenza y, una vez más, me ha costado volver a sentarme y abrir la ventana.

Pero sí. Poco a poco y paso a paso… se sucedieron aquellos tres meses de recuperación y empecé a acostumbrarme a la prótesis, o ella a mí (aún no sé muy bien cómo pasa esto).
Y cuando a penas llevaba un par de semanas libre de muletas, la otra cadera comenzó a quejarse.








Pero eso no cambió el plan de ruta: el 15 de febrero empezaba sí o sí la aventura barcelonesa. ¡Y de eso han pasado ya casi siete meses!

Y… ha merecido la pena.

Es cierto que durante todo este tiempo las quejas de la cadera que me falta por operar han ido en aumento, pero, aún así, merece la pena.

Y es que no pude hacer Erasmus, no había tenido la oportunidad de vivir en el centro de una gran ciudad, aún no sabía lo que era compartir piso con amigos y, por supuesto, hasta ahora había sido bastante difícil elegir cómo quería vivir mi día a día. 

Y ahora (con limitaciones) disfruto de todo eso y mucho más.

Mamá no opina exactamente lo mismo que yo. Menos aún cuando se nos pasan varios días sin hablar… pero los dos siempre caemos en la cuenta de que es una buena señal.



Porque me he perdido por calles a las que no tenía previsto llegar,
he vivido momentos para el recuerdo
y he conocido personas que han dado sentido a toda esta causalidad.

He amanecido en la playa,
he dormido en sofás,
He echado de menos a mi familia,
a los míos,
pero...

Casi siete meses son sólo el principio,
y ahora solo quiero más.
Más, más y más.







Eso sí, queriendo más, en mi cabeza ya empiezan a revolotear la próxima biopsia de médula y la última visita para ponerle fecha a la próxima prótesis. El final de septiembre llega fuerte... 

(Aún no sé si aún estoy preparado para volver a pasar 3 meses en cama aunque tiene pinta de que no se acaba el año sin pasar por el taller. Supongo que volver a Barcelona siempre será un buen objetivo para echarle ganas a eso de recuperarse).

Porque espero que, por fin, este sea el último paréntesis, y después...¡que esto siga siendo vida!

Y si soy menos sinvergüenza de lo que acostumbro, espero pasar pronto por aquí para contar que la médula sigue portándose bien.






jueves, 15 de diciembre de 2016

Paso a paso

(Día 2.250)


Ayer, un mes,
y paso a paso.

Aún con muletas,
pensando en movimiento,
y despacio.
Paso a paso.

Creía que a estas alturas
habría mejores nuevas, 
pero... 
paso a paso. 

Y quizá en algún momento de la existencia del ser humano 
comience rehabilitación,
pero...
paso a paso.

Mientras tanto,
y así de simple,
un árbol basta para liberar dos manos.
Todo se resume en eso.
Un punto de apoyo
y paso a paso.

Y es que hoy también
me ha dado por releerme.
Por encontrarme
Por buscar en el cajón.
Letra a letra.

Y empiezo a echar cuentas
de lo que contaba en aquellos días:
Nochebuena y Nochevieja de 2010,
poco pelo y aislamientos;
un año después
seguía flotando a la deriva.

Por eso,
a pesar de que paso a paso
todo se vive lento y se siente despacio,
no quisiera perder la perspectiva.

Paso a paso,
y puede ser 
que un mes sólo sean
(a veces, y sólo a veces)
30 días.





viernes, 25 de noviembre de 2016

Aprendiendo a andar

(Día 2.230)

Terminé la última entrada y me fui a dormir. Pero sólo se quedó en el intento. 

El día comenzó muy pronto, pese que hasta las doce del mediodía no tenía que ingresar.
Últimos preparativos. Maleta, neceser, bocadillo de jamón, almohada, libro, música, mala leche.

Llegó el momento de partir y bajé al coche, que lo había aparcado algo lejos el día anterior. Y ya montado me acordé de que no había cogido la pulsera roja. Sí, esa que te dan el día de las pruebas cruzadas para tenerte preparados fileticos tiernos, tiernos, si se terciara o terciase.

Y vuelta a casa con el coche, soltando sapos y culebras, hasta que un contenedor se interpuso en mi camino cuando traté de aparcar rápido. Y pim, pam, toma lacasitos. Me había dejado media aleta, así, sin darme importancia. Y cuando mi señora madre clamaba a los dioses para no darme un muletazo de época recordé que no hay mejor defensa que un buen ataque. Y hasta ahí puedo leer (porque si no el muletazo me lo acabo llevando).


El caso es que el lunes no podía haber empezado mejor. Pero subí a casa, cogí la maldita pulsera, y con tres cuartos de mi pequeño huevo llegué al hospital. 

No iban a obligarme a ponerme ni una sola pulsera. No iba a estar más de un día ingresado. No iba aceptar cualquier otro escenario. Así de chulo.
Y... quince minutos después de llegar al SPA no llevaba ni una, ni dos, ni tres, si no tres pulseras

Y tras las tres pulseras me esperaba, en la suit asignada, una bonita bata de lunares, así con mucho escote en la espalda. Esa que deja el hojaldre expuesto a las inclemencias meteorológicas y no meteorológicas.

Y ya, de aquella guisa, estaba más que cabreado, más que nervioso, más que acojonado. Mordía. Llevaba mordiendo ya unos días, pero es que ya no me aguantaba ni yo. Ni aguantaba la espera. Sabía que era el segundo del turno de tarde, pero hasta que me prepararon, me pareció llegar a entender el concepto de eternidad.

But... ¡Llegó el momento! Lo sabes porque vienen a rasurarte (y como es la segunda vez que me operan de la cadera... ¡no me pillaron! No. Y es que en la primera protagonicé una escena muy cómica por este motivo).
Muslo suave.
Pirula bajo la lengua.
Gorrito verde para combinarlo con la bata. Ah, ¡y pulseras!

Y llegué al quirófano, ya un poco afectado por los psicotrópicos. Allí, reuní las fuerzas suficientes para incorporarme en la cama, y mirar a todos:
"Confío en vosotros. Gracias de antemano por todo. Y perdonad el cuerpo escombro que hay bajo la bata, espero no traumaros" Y nos reímos todos y yo debí caer esnucao.

Lo siguiente fue la sala de reanimación, unas cuantas horas allí, y me subieron a planta de madrugada.

Una buena meada de anestesia a las cuatro de la mañana me despertó por primera vez. A las seis fue el hambre, pues llevaba desde el domingo por la noche sin comer ni beber. Bocata de jamón y otro sueñecito rico.

Y como todo el mundo sabe, en un hospital se empieza pronto el día. Así que ya no esperé más y miré por primera vez bajo de la sábana.
Apósitos y un drenaje. No mucho más.

Todo había salido bastante bien y así nos lo transmitieron.

Y por majo me dejaron un botoncito mágico. Sólo tenía que apretar si el dolor apretaba para que los mórficos hiciesen de las suyas. Me avisaron de que me podía revolver un pocjajajajajajajaja.


¡Magia! ¡Arte moderno! ¡Viva la morfina!



No pude ser más obediente, si (pre)veía que el dolor acechaba... clic. Y así durante los tres primeros días. Porque sí, eso de que no iba a estar ingresado más de un día...

Sin embargo no me dejaron colocarme gratuitamente:
A las pocas horas me obligaron a dar un par de pasos y sentarme. Vi hasta las estrellas que aún no se han formado.
Además sentía una sensación horrible, como si todo dentro de mi pierna estuviese descolocado. Me daba grima. Y notaba la pierna de la cadera operada más larga que la otra... "¡ya verás, han medido mal y...!".

Dos radiografías después, y tras verlas con mis propios ojos, asumí que todo estaba en su sitio y que aún seguía cagado. Y hacía bien, porque...
ni cuarenta y ocho horas después comencé con la rehabilitación. Entendí perfectamente a Amy y su no, no, no. 

¡Qué dolor! Paloma, la fisio, hizo lo que tenía que hacer, pero a mi me parecieron técnicas de lucha albano-kosovares. Dudaba mucho de que si la prótesis estaba bien colocada, no se saliese. Dudaba mucho del ser humano. Cerré los ojos y me dejé llevar, nihilista total.

Sin embargo, las sesiones de los días siguientes fueron todo alegrías. Estaba claro que tenía la pierna hecha un cisco en general, pero nos habíamos propuesto recuperar toda la musculatura y movilidad posible. Y tuve la suerte de dar con gente excepcional. Y sigue doliendo, pero también se van viendo pequeños progresos.

Y ahí hubo un punto de inflexión.

No por el hecho de bajar a la sala de torturas, si no por ser consciente de que todo ese sufrimiento se estaba transformando en la realidad que llevaba tiempo esperando.

O no. O el punto de inflexión llegó con el maravilloso INHIBIDOR DEL MAL HUMOR.

La verdad es que no lo tengo claro. No sé cuándo llegó el punto de inflexión concretamente, pero llegó. Y tenía ganas de escribir esta entrada para contrarrestar la anterior.

A pesar de que los tiempos de recuperación quizá son más largos de lo que yo preveía y eso va a retrasar muchos planes, va a merecer la pena.
Porque todo merece la pena.
Porque no tenía sentido tanto drama.
Y porque todo es causalidad, y así ha vuelto a ser.
Y porque en cuanto me vuelve la mala leche por sentirme demasiado dependiente (durante mucho tiempo voy a necesitar hasta que me pongan los calcetines) vuelvo a tener la capacidad de contar hasta diez y dar a esto la importancia que tiene.

Y dejar el hospital fue el último empujoncito para afianzarme en la senda del positivismo.

Ahora, ya en casa, me quedo mirando al cielo para saber si voy a poder salir a dar algunos pasos con mis mejores amigas, las muletas, ¡claro! (que están en proceso de customización).

Esto de volver a aprender a andar está siendo, literalmente, una metáfora.

Mientras en la calle pienso en que tengo que doblar la rodilla y apoyar primero el talón, en la cama me brotan razones que dan explicación a levantarme con la sonrisa dibujada.

A veces pierdo la perspectiva, y tengo bastante claro que la última entrada fue totalmente exagerada. O quizá era lo que sentía, pero por suerte... me han debido cambiar el prisma.

Y duele, y limita, y es una putada, pero una putada con un fin previsto. Y tras el fin comenzará todo de nuevo, pero sin dolores.

Paso a paso y tocando fondo para coger impulso.
A veces con fuegos artificiales y piruetas. Otras, sin saltos mortales.

Y... continuará :)

(Gracias, gracias y más gracias a quienes lo habéis hecho tan fácil.
A quien estuvo hasta bajar al quirófano, a los guardaespaldas, a quien me trajo a Benedetti, a mi madre, a las mujeres de la 4ªB, a quien carga la mochila, a quien me está encontrando el cuádriceps, a quienes padecen insomnio).